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Efemérides 07 de Noviembre

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Florencio Sánchez

Un día como hoy pero de 1910 se despedía Florencio Sánchez escritor, periodista, traductor y conferencista uruguayo, cultor del criollismo y uno de los fundadores del teatro rioplatense que dejó una huella imperecedera en la literatura latinoamericana. Su producción literaria se desarrolló alternativamente en Montevideo, Buenos Aires y Rosario.
Una de sus obras emblemáticas que trazó con sencillez las características de los vendedores de diarios quedó como una marca registrada en la memoria popular y cada 7 de noviembre se conmemora en Argentina el Día del Canillita en su honor.
Nació en 1876 en Montevideo, República Oriental del Uruguay. Hijo de Alfredo Sánchez y de Josefa Mussante. Fue el primogénito de trece hermanos (Elbio murió a los quince meses). Los problemas económicos de la familia acuciaban y se mudaron al departamento de Treinta y Tres al mes de nacido Florencio. Allí recibieron una gran ayuda de su tío paterno Teófilo Sánchez, hacendado integrante del nacionalista Partido Blanco. Unos años después se mudaron a Minas (departamento de Lavalleja) donde Florencio recibió su única educación en forma regular.
En 1890, gracias a otro tío paterno, José Antonio, ingresó como escribiente en la Junta Económico-Administrativa de Minas. Entre 1891 y 1892 realizó su primera tarea como colaborador periodístico del diario local “La Voz del Pueblo”, donde escribió algunos sueltos humorísticos ridiculizando a los funcionarios provinciales y a las instituciones públicas. La mayoría de sus artículos se titulaban “¡Crrik… crrik!”. Su seudónimo, “Jack, the Ripper” (Jack, el destripador). En 1892 fue despedido, aparentemente al descubrirse su autoría en las notas.
El periódico también editó algunos relatos cortos y su primera obra dramática de tono irónico y burlesco, Los soplados (equivalente a Los despedidos). Sin trabajo fijo, enfundó la mandolina y se trasladó a la Argentina, más precisamente a La Plata. Ingresó en la Oficina de Estadística y Antropometría de la policía de la provincia de Buenos Aires, dirigida por Juan Vucetich, donde tomaba las huellas digitales a los delincuentes. Allí tuvo la oportunidad de conocer a personajes del bajo mundo, sus gestos, su jerga y sus perfiles que utilizará como insumo para su futura producción literaria sobre la compleja y contradictoria miseria urbana.
También incursionó en sus primeras críticas al clero y esbozó el desprecio por sus actitudes y formas de vida en un artículo titulado “Un regalo…al natural”. En 1894 la crisis económica imperante implicó el cierre de la oficina policial y su retorno a Montevideo. Ingresó al diario “El Siglo” y, posteriormente en “La Razón”. Se especializó en crónicas policiales en las que introdujo diálogos entre los personajes y reportajes vivaces. También publicó cuentos breves. Su nuevo seudónimo, “Ovidio Paredes”.
Al mismo tiempo realizaba traducciones al francés y el italiano y asistía a las reuniones y tertulias del café “Polo Bamba”, el primer café literario de Montevideo y a la buhardilla del poeta Julio Herrera y Reissig, bautizada “La torre de los panoramas”. Se incorporaba así a la tribu de los intelectuales de café (característica de la Generación del Novecientos), inquietos, renovadores, modernistas y sin formación académica.
En la Revolución del ’97 se incorporó a las filas del caudillo blanco Aparicio Saravia. Integró el batallón “Patria”, luchó en las batallas de Arbolito (en la que murió Chiquito Saravia, hermano de Aparicio) y Cerros Blancos y editó el periódico de campaña “El combate” donde criticaba tanto al gobierno colorado como a su superior inmediato del bando blanco. Luego de las derrotas huyó a Santa Ana do Livramento (frontera uruguayo-brasileña) donde conoció al caudillo riograndense João Francisco Pereira da Souza. Su decepción con el bipartidismo dominante era mayúscula y lo hizo palabras en “Cartas de un flojo” (llamaba así a quien se oponía al caudillismo político) que se publicaron en “El Sol” en septiembre y octubre de 1900.
En esa época ingresó al Centro Internacional de Estudios Sociales (primer centro anarquista de Montevideo) donde ejerció una gran actividad pública. Dictó conferencias, fue bibliotecario, escribió dos obras teatrales picantes: _ ¡Ladrones! _ y Puertas adentro y editó “El trabajo”, el primer diario anarquista uruguayo. Esa frenética actividad implicó que el jefe de policía ordenara su captura inmediata. Prófugo de las autoridades recaló en Rosario. Se incorporó como secretario de redacción del diario “La República” que dirigía Lisandro de la Torre.
Sus notas mordaces profundizaron su carácter y compromiso social y político. Publicó notas a favor de los obreros en paro de la Refinería de Azúcar y se involucró como delegado del Comité de Huelga. El diario cambió de dueños y todo se complicó cuando los trabajadores de “La República” iniciaron una huelga a la que Florencio Sánchez adhirió. Además, se negó a ser parte de una campaña contra el periódico rosarino “El municipio”. El despido fue fulminante.
No reculó. Cofundó el diario “La época”, en cuyo suplemento escribió el sainete “Gente Honesta”, que fue distribuida por los vendedores de diarios en las calles, luego de ser prohibida en los teatros rosarinos. En 1902 la compañía de zarzuelas de Enrique Llovet estrenó su obra _ ¡Ladrones! _ que logró un éxito inesperado durante 12 jornadas. No obstante, vivía en la miseria y se trasladó al campo de un amigo donde escribió una obra fundamental: M’hijo el dotor junto a las historias rurales: Las cédulas de San juan, La pobre gente y La gringa
Retornado a Buenos Aires reestrenó el sainete Canillita (anteriormente Ladrones) y se impuso una identificación inmediata con los vendedores de diarios que adoptaron el alias, perdurable hasta nuestros días. La repercusión fue tal que se realizó una obra gratuita para ellos en el Teatro Comedia que excedió la capacidad y fungió como marca identitaria.
No perdió la costumbre de frecuentar los cafés de la ciudad. Sus centros de operaciones fueron el “Café Brasil Santos Dumont” (luego “Los inmortales”) y la cervecería “Aue’s Keller”. Sus compinches: Joaquín de Vedia, Roberto J. Payró, Evaristo Carriego, José Ingenieros, Belisario Roldán, Macedonio Fernández, Alberto Ghiraldo, Carlos de Soussens, Diego Fernández Espiro, entre otros integrantes de la bohemia urbana y suburbana.
En 1903 se casó con Catalina Raventos, “Catita” con gran oposición de la familia de su cónyuge. Su producción literaria se intensificó y sus rasgos distintivos también. Sus sainetes tuvieron menos ribetes folclóricos y dieron prioridad a los rasgos más humanos de sus personajes humildes y luchadores. Tuvieron un ritmo teatral más atrapante, una precisa sicología del paisaje y un lenguaje cercano. Primó el colorido en sus cuadros costumbristas que denotaban un sentido agudo de la observación y el primer plano estuvo marcado por la dura problemática social y sus derivaciones éticas encuadradas en una firme postura ideológica.
El conventillo y el hacinamiento urbano, los desalojos, las condiciones del trabajo rural, la vida proletaria, el empuje tozudo de los inmigrantes por mejorar su condición, la decadencia de las clases dominantes, el submundo del hampa, marcaron su producción y su propuesta estética. Así lo demuestran: En familia, Los muertos, El conventillo, El desalojo, Los curdas, La tigra, Moneda falsa, Los derechos de la salud, Nuestros hijos o Un buen negocio.
En 1905 se estrenó Barranca abajo, quizás su obra más acabada. Escalada dramática con graduación maestra que perfila la tragedia, diálogos reconocibles, giros lingüísticos propios del mundo rural, locuacidad o murmuro en dosis precisas. Personajes icónicos de la literatura rioplatense como don Zoilo, el gaucho de fin siglo XIX o Martiniana, la comadre y celestina.
Su vida trashumante lo llevó a Europa como representante del presidente uruguayo, Claudio Williman, para certificar la conveniencia de la participación de su país en la Exposición Internacional de Roma. Por desgracia, la tuberculosis que padecía se agravó en tierras europeas e implicó su internación en el Hospital de Caridad “Fate Bene Fratelli” de Milán (Italia). Murió en la madrugada del 7 de noviembre. Tenía solo 34 años.
Cultor del lenguaje popular, centrojás de la ironía y el sarcasmo, fileteador del mundo rioplatense, compañero de la secundaria de algunas generaciones, huella indisimulable de la literatura de este fin del mundo. Un integrante de las dos orillas en nuestra popular imaginaria.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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