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Efemérides 30 de Octubre – Diego Armando Maradona

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Magia infinita, rey de la alegría de los pobres del mundo, caminante imperfecto en la vida real

Un día como hoy pero de 1960 nacía Diego Armando Maradona, El Pelusa, el Diez. Fue en el policlínico Evita de Lanús aunque su cuna fue Villa Fiorito, partido de Lomas de Zamora. Más precisamente, en la calle Azamor 523, entre Mario Bravo y Antonio Filardi; techo de chapa, piso de tierra y sin agua corriente. Ídolo de todos los futboleros de ley, estandarte de la alegría de los pobres del planeta, esteta máximo en los 105×70, devorador de redes de todas las formas, zurdo exquisito, estratega eficaz, guerrero contra el poder instituido en el futbol y en otros lares…
Hijo de Diego “Chitoro” Maradona y Dalma Salvadora «Tota» Franco, humilde pareja de Esquina, provincia de Corrientes, con sangre gallega, croata y originaria. Jugaba todo el tiempo que podía en los potreros y, a la nochecita, esquivaba las “biabas” de su padre por volver tan sucio. Su centro de operaciones: las Siete Canchitas. Su socio: el Goyo Carrizo. Su ambición: que el futbol los sacara de la pobreza y jugar en la Selección Argentina.
Goyo -que ya jugaba en las inferiores de Argentinos Juniors- le avisó que estaban probando jugadores. Fue con su padre. Tenían plata para dos boletos de ida y vuelta. Cuando el director técnico, Francis Cornejo, lo vio jugar, sonrió y no dudó. Vos quedas pibe, le dijo. Era el año 1969.
La categoría ’60 participaría, simultáneamente, en los campeonatos Evita con el nombre de “Los Cebollitas” en 1973 y 1974. Salieron campeones en 1974 y también del Campeonato de 8va. División. Mientras tanto, en los entretiempos de los partidos oficiales, deleitaba al público haciendo jueguitos.
El 20 de octubre de 1976 debutó en la Primera División de Argentinos Juniors. Reemplazó a Rubén Giacobetti contra Talleres de Córdoba. En la primera jugada tiró un caño. Empate 1 a 1. Al mes hizo su primer gol contra San Lorenzo de Mar del Plata. Empezaba su historia con los arcos contrarios. Practicó con la selección de Menotti, pero quedó afuera de la lista para el Mundial ’78. Decepción, fastidio, llanto solitario.
El primer partido después de la noticia estuvo intratable. Lo sufrió Chacarita Juniors. 5 a 0, dos goles del Diego y dos asistencias. Continuó su marcha furiosa. Goleador del Metropolitano ’78, Metropolitano y Nacional ‘79, Metropolitano y Nacional del ’80. Una anécdota de la época: el 9 de noviembre de 1980 se enfrentaban Boca y Argentinos Juniors. Unos días antes Gatti, arquero de Boca Juniors, declaró:” …Maradona debería cuidar su físico porque tiene tendencia a engordar”. El Diego le respondió haciéndole cuatro goles en esa tarde de sol en cancha de Vélez.
En 1979 disputó el Mundial Juvenil en Japón. Millones de argentinos/as nos despertábamos a las cuatro de la mañana para ver por televisión a esa Selección explosiva. Simón de dos, la “Chancha” Rinaldi de cinco, Escudero, Barbas, Ramón Díaz, Maradona y Calderón, arriba. Campeones invictos y desparramando futbol. Salto suspendido de piernas chuecas, puño en alto, sonrisa adolescente.
En 1981 fue a préstamo al club de sus amores, Boca Juniors. Lo quiso River Plate pero ganó su corazón xeneize. Debutó contra Talleres de Córdoba en el Torneo Metropolitano y jugó infiltrado. No importó, el resultado fue un 4 a 1 contundente. Se olfateaba la gloria. Se afianzó su futbol: Escudero, Benítez, Brindisi, Maradona y Perotti. Escalera al cielo, con dos partidos para el recuerdo.
El 10 de abril de 1981 frente a River Plate. Noche lluviosa en La Boca. Cancha embarrada. Primer tiempo parejo. En el segundo tiempo se desató el vendaval. Dos goles de Brindisi. Jugadón de Cacho Córdoba por la derecha, centro al área, la empalmó el Diego con el empeine, eludió a Fillol que se arrastró sin éxito, enfrentó a Tarantini jugado delante de la línea, la tocó al rincón de las ánimas. Tercero de lujo. Se cerró el telón. Delirio, festejo en la esquina derecha del field frente a la popular.
El 2 de agosto de 1981 frente a Ferrocarril Oeste, su inmediato perseguidor. Sábado caluroso en La Boca. Nerviosismo. El verdolaga dominó, perdió chances de gol, no le sobró nada pero sorprendió. Hasta que a los 80’ la paró Diego en la mitad de la cancha y con un hombre encima sacó un impensado pase de zurda filtrado para Perotti que la embocó ante la salida de Barisio. Casi el campeonato en el bolsillo. Una vez más magia y frenesí.
El Nacional de ese año fue otra historia. Lo ganó el River Plate, de Kempes en la cancha y Di Stéfano en el banco, y con un memorable triunfo a Boca en La Bombonera 3 a 2 un domingo a la mañana. En 1982, participó con la Selección en el Mundial donde le pegaron (especialmente los italianos) sin que nadie se inmutara. Eliminación y expulsión con Brasil. Se incorporó al Barcelona donde jugó tres temporadas con éxito relativo, hepatitis sorpresiva y rotura de ligamentos por una tremenda patada.
Hasta que llegó el momento del encuentro inolvidable con la Italia olvidada: se puso la número diez en la Società Sportiva Calcio Napoli en 1984. Identificación inmediata con el pueblo napolitano, sueño compartido del campeonato para la Italia sumergida, promesa de pasión infinita, goles sin solución de continuidad para festejar desenfrenadamente, gritos milenarios y música vibrante para acompañar a su Diez. San Paolo pagano y festivo, felicidad en la bahía de Nápoles y sus alrededores.
Campeón de la Serie A de Italia y de la Copa de Italia 86-77, campeón de la UEFA 1989 (primer título internacional del club), segundo scudetto en la Serie A 1989-90. Ráfaga de justicia poética para un pueblo sufrido, corazón abierto con su rey plebeyo; gambeta, freno, caño, gol al ángulo, gol de tiro libre, gol de emboquillada, pases mágicos. La ilusión acumulada durante decena de años hecha realidad en un rectángulo pasional lleno de vida, fervor, estética colectiva, libertad callejera.
Su otra obra maestra. El Mundial de 1986. Gol mágico ante Italia en la fase de grupo. Cuartos de final con Inglaterra. Partido chivo. Mal rechazo de un defensor inglés, salta el Diez y surge la mano de Dios para equilibrar, simbólicamente, la historia de robos británicos a media humanidad. Cuatro minutos después el mejor gol de los mundiales.
Paró la pelota en mitad de la cancha, la puso debajo de la suela y eludió a dos ingleses con un par de movimientos; siguió adelante, amagó hacia la izquierda y pasó de largo el tercero. Avanzó, transpirado, veloz, con el aliento de su pueblo empujando; amagó hacia la derecha y adelante y pasó de largo el cuarto defensor. Pisó el área con seguridad, lo miró a Shilton y lo eludió. Sentía en su cuerpo el hambre de Villa Fiorito, la mirada de los que no tienen nada pero están a punto de ser felices, los gritos de los pibes heroicos de Malvinas, le pegó de zurda cayéndose ante el último inglés que intentó barrerlo. Barrilete cósmico de qué planeta viniste, como dijo Víctor Hugo delirando en la cabina. Obra maestra, talento puro, desparpajo suburbano.
Después dos goles de zurda -contra las leyes de la física- ante los belgas en la semifinal y pase magistral del Diego para Burruchaga en el gol del triunfo ante Alemania en la final. Fiesta de dos tercios del planeta en las calles, por el fútbol, por la magia, por el arte bajo el calcinante sol azteca.
Mundial ’90. Nos regaló la jugada con el tobillo hinchado desde la mitad de la cancha contra Brasil en octavos. Cuatro jugadores eludidos y pase de derecha con la izquierda en tierra para que el Pájaro Caniggia inflara la red con velocidad extrema. Clasificación ante Italia que sufrió a Goycochea en los penales; final perdida con robo ante Alemania y desplante del Diego a los popes de la FIFA. Su paso por Newell’s Old Boys de Rosario, breve, pero que generó un amor eterno con la mitad de la ciudad.
Venganza de los popes en el Mundial ’94 ante un Diego milagrosamente recuperado en la soledad de La Pampa en un seleccionado con espalda para llegar a la final. Pero en el camino “le cortaron las piernas al Diez”; al finalizar el partido con Nigeria, surgió la rubia Sue Carperter que parecía enfermera, pero no lo era y la acompañó en su lenta marcha al polémico y fatídico control antidoping que dio positivo. Larga noche en las afueras de Boston para confirmar que el Pelusa no iba más. Los burócratas de la FIFA mostraron el poder de sus garras y el descuido de la delegación argentina hizo lo suyo. Triste, solitario y final, parafraseando la novela de Osvaldo Soriano.
25 años después, una apuesta más como técnico de Gimnasia y Esgrima La Plata y la revolución interna que produjo en el club y en la ciudad. Los “triperos” vivieron su fiesta, sintieron que se podía llegar al Olimpo desde el Bosque y los lobos aullaron felices y desgarbados.
Paralelamente sus históricos problemas con las drogas y la obesidad, sus peleas con Claudia y sus hijas, las demandas de paternidad, el adiós a su representante Jorge Czysterpiller y la bienvenida a Guillermo Coppola, su amistad don Fidel, José Mourinho, Chávez, Mike Tyson, Evo Morales y el respeto que le ofrendaron otros líderes políticos, religiosos, sociales y muchos deportistas en el mundo. Su nombre sigue siendo signo de perplejidad, admiración o curiosidad en cualquier rincón del planeta, especialmente, entre los más pobres.
Salú Diego!!! Por tu magia, tu incorrección, tus contradicciones que duelen pero que son parte de nuestra hermandad, tu zurda extrovertida y mágica.
Por el pibe de Fiorito que nunca olvidó el potrero. Integrante esencial de nuestra popular imaginaria.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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