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Efemérides 24 de Septiembre – Paracelso

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El alquimista que revolucionó la medicina

Un día como hoy pero de 1493 nacía Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, alias Paracelso, médico, alquimista y astrólogo suizo que creó los primeros “fármacos” a partir de las propiedades químicas de diferentes sustancias, en contradicción con las creencias contemporáneas de que solo las plantas y hierbas eran útiles para elaborar remedios. Para algunos fue un precursor de la biología, la antropología, la bioquímica, la toxicología, la homeopatía y la mineralogía. Inclusive para Carl Jung fue un pionero del psicoanálisis.
Nació en Einsiedeln, localidad cercana a Zúrich, en lo que hoy es Suiza y entonces era territorio del Sacro Imperio Romano Germánico. Hijo de Elsa Oschner y Wilhelm Bombast von Hohenheim, médico suabo que atendía en varias regiones mineras. Su madre murió cuando tenía ocho años. Es entonces cuando su padre decidió emigrar a los Alpes austríacos. Su centro de operaciones fue Villach, junto a la abadía de los benedictinos; desde allí se dirigía a varias poblaciones a atender enfermos.
Su primera educación la recibió de los monjes vecinos. Además, Paracelso acompañaba a su padre en sus recorridos en que atendía a obreros mineros y a sus familias. En ese entrevero de observación y charlas con su padre aprendió rudimentos de medicina y se acercó al conocimiento de la química de los metales y el arte de manipularlos. En 1506 fue enviado a Basilea a continuar sus estudios. Poco después ingresó a la universidad de Viena donde probablemente adquiriera conocimientos de gramática, retórica, dialéctica, geometría, aritmética, música y astronomía.
Pero a los 21 años tomó una decisión clave. Abandonó los estudios universitarios y se instaló en la Abadía de Sponheim a estudiar alquimia con Johannes Trithemius. Su padre insistió en que debía experimentar empíricamente si quería conocer la alquimia en profundidad. Aceptó el consejo y comenzó a trabajar en los talleres metalúrgicos y de minerales en la región del Tirol como analista. Allí aprendió a distinguir los minerales, los métodos de obtención, sus propiedades químicas, los efectos de los ácidos utilizados y a identificar las menas (minerales sin limpiar).
Junto a esa experiencia laboral convivió con las enfermedades y accidentes que sufrían los trabajadores y acumuló información sobre remedios y curas caseras alejados de la medicina clásica. Ingresó a la universidad de Ferrara, donde según el mito se recibió de médico, y en 1522 trabajó como cirujano al servicio de la República de Venecia. Participó en guerras y se transformó en un viajero incansable. Estuvo en Inglaterra, España, Países Bajos, Escandinavia, Rusia, Tartaria, Turquía, Asia Menor y Egipto. Se mezcló con alquimistas, médicos, farmacéuticos, astrónomos, gitanos y aficionados a las ciencias ocultas. La naturaleza, la alquimia, la química y la astrología se consolidaron como su centro de gravedad empírico.
En ese periplo discrepó con los científicos de la época y defendió su idea de que las enfermedades no se producían por cambios internos sino por injerencias externas y que las sustancias curativas debían provenir de la naturaleza, pero no de las plantas sino de los minerales. Por ello, estaba convencido que era ineficaz intentar la cura de las enfermedades con hierbas, ungüentos o purgas.
Difundió sus opiniones en cada lugar al que llegaba y fue construyendo una pléyade de seguidores.
En 1526 regresó un corto tiempo a Villach donde fue contactado por Erasmo de Rotterdam que residía en Basilea y vivía con su amigo el impresor Frobenius al que le habían diagnosticado una gangrena en el pie y le habían recomendado su amputación. Paracelso viajó a la ciudad suiza, lo revisó, contradijo esos consejos médicos, preparó un tratamiento y lo curó. Inmediatamente el ayuntamiento de Basilea le ofreció la vacante de médico municipal con licencia para dar clases en la universidad de la ciudad. Pensó que podía poner en práctica sus conocimientos y enseñarlos.
Pero su costumbre de dictar clases en lengua vulgar (en este caso el alemán) para ser más entendible y su prédica contra los principios de la medicina clásica representada en Hipócrates, Galeno, Avicena, Averroes o Al-Razi lo enemistaron con la mayoría de los médicos y farmacéuticos. La resistencia a sus principios y el clima adverso de sus colegas lo llevó a renunciar al cargo en 1528 y refugiarse en Esslingen, cercana a la ciudad de Stuttgart (Alemania).
Retomó su profesión de médico itinerante y ejerció en Alsacia, Baviera, Suiza, Moravia, el Tirol, Carintia y otras regiones de Austria. Trató con éxito a pacientes con lepra, epilepsia y gota, enfermedades prácticamente incurables en la época.
Difundió su concepto de separar para curar, un principio alquimista. Utilizaba la destilación, la calcinación y la sublimación para separar químicos y minerales y preparar sustancias más puras y poderosas. Acuñó una frase que produjo asombro: “Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis”, es decir, que ciertos venenos administrados en pequeñas dosis podían funcionar óptimamente como medicamentos. Que la toxicidad de un compuesto químico, derivado de una planta o de una síntesis de laboratorio, dependía de la cantidad que se ingiera y no de su origen.
Inició el uso de remedios específicos contra la idea de que existían sustancias universales para curar todas las enfermedades. En la terapéutica, combatió el uso de polifármacos, luchó por simplificar la elaboración de medicamentos, divulgó preparados de elaboración propia a base de antimonio, hierro, azufre, mercurio, sales, o en su defecto, de vegetales, introdujo el uso del láudano (mezcla de vino blanco, opio, clavo, canela y otras sustancias) considerado uno de los primeros analgésicos.
Describió clínicamente la sífilis, descubrió la relación entre el cretinismo y el bocio y elaboró sustancias para tratarlos en base a mercurio y azufre; describió la neumoconiosis; estableció el terminó sinovial (relativo a las bolsas, líquidos y membranas en las articulaciones); identificó una serie de enfermedades producidas por el trabajo; defendió la experimentación como método científico para progresar en el conocimiento de la medicina; sostuvo la existencia de una unión entre el factor emocional y el estado físico en la posibilidad de desarrollar enfermedades.
Adoptó los preceptos galénicos y los asoció a los caracteres de los cuatro sabores, aceptados hasta hoy en el lenguaje popular: dulce (tranquilo), amargo (colérico), salado (sanguíneo) y ácido (melancólico).
Sostenía la correspondencia entre el cuerpo o microcosmos y el exterior o macrocosmos; mezclaba naturalismo panteísta y mística especulativa; entendía al hombre como el punto de encuentro entre una realidad terrestre, una astral y una divina; practicaba la especulación y la revelación; consideraba que el verdadero médico era también un verdadero filósofo, astrónomo y teólogo y a la medicina como la ciencia que concentraba el conocimiento de la Naturaleza y del arte de manipularla.
Escribió libros sobre enfermedades más difundidas o profesionales; también sobre el funcionamiento del cuerpo humano y el sistema cosmológico como El libro de los párrafos u Opus Paramirum y en 1536 escribió su obra más conocida: Gran libro de cirugía.
Luego de años de peregrinar por diferentes ciudades, aceptó el ofrecimiento del príncipe Ernesto de Baviera y se radicó en Salzburgo. En 1541 sus sueños, elucubraciones, teorías y comprobaciones se unieron en un descanso placentero y permanente.
Desafiante personaje de la medicina ortodoxa en una época harto difícil, elocuente, talentoso, adicto a las teorías mágicas, impulsor de la medicina moderna mezclado con un misticismo arcaico.
Un integrante exótico y audaz de nuestra popular imaginaria…

Ruben Ruiz
Secretario General 


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