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Efemérides 26 de Abril – Roberto Arlt

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El escritor maldito que develaba las angustias y miserias urbanas

Un día como hoy pero de 1900 nacía Roberto Arlt, escritor, periodista e inventor argentino. Polémico desde la cuna. En la partida de nacimiento estuvo registrado como Roberto Arlt pero algunos biógrafos insistieron en nombrarlo como Roberto Emilio Godofredo y, él mismo, firmaba como Roberto Godofredo Christophersen Arlt. Parte del misterio de este escritor fundamental.
Dueño de una escritura difícilmente catalogable, es el “escriba fuera de lugar”, preciso en la crítica social, en la descripción de personajes perdedores y situaciones límites, en la dinámica de los cambios urbanos, de una narrativa poética original, apasionado del relato breve, cultor del sarcasmo y la ironía, generador de relatos fantásticos mezclados con la cruda realidad. Uno de los primeros escritores (sino el primero) en tomar la temática urbana como semillero de conflictos y relatar sus claroscuros y sus dramáticas consecuencias individuales y colectivas.
Nació en el seno de una familia humilde del barrio de Flores. Hijo de la austrohúngara Ekatherine Lobstraibitze y del prusiano Karl Arlt, empleado de empresas comercializadoras de yerba mate, tenedor de libros y comerciante frustrado. Tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis. Padre severo y maltratador, madre sensible que lo impulsó al estudio y la lectura (ella misma le leía versos del Dante y Torquato Tasso).
A los ocho años fue expulsado de la escuela primaria y comenzó su etapa de autodidacta y trabajador precoz. Trabajó en una bicicletería y como vendedor de papel de envolver. Las desavenencias con su padre crecieron durante la adolescencia y fue echado de su casa. Trabajó de empleado de una librería, aprendiz de hojalatero, peón de una fábrica de ladrillos, principiante en la Escuela de Mecánica de la Armada, obrero portuario, mecánico, pintor de brocha gorda.
En su tiempo libre siguió ligado a la lectura. Frecuentaba la librería de los hermanos Pellerano y “La linterna”, de Ángel Luppo y Ángel Pariente. Sus lecturas preferidas eran los folletines, los manuales técnicos, de divulgación científica y de ciencias ocultas. Autores como Kipling, Salgari, Stevenson o Julio Verne lo apasionaban. Concurría a una biblioteca anarquista de su barrio, al centro cultural Florencio Sánchez y a una tertulia literaria donde conoció a Conrado Nalé Roxlo, con quien compartía el gusto por las obras de Baudelaire, Verlaine y Nietzsche.
Arlt era uno de los pocos escritores de esa época proveniente de una familia de pocos recursos. No había accedido a una educación de calidad y su apego al habla cotidiano impregnaba su forma de escribir. Interpelaba a ese nuevo público que surgía de la modernización y los cambios sociales; que leía los grandes diarios, que se interesaba por los avances técnicos y participaba de las organizaciones sociales que motorizaban una nueva forma de consumir cultura.
En 1918 publicó su primer cuento “Jehová” en la Revista Popular y en 1920 publicó el ensayo “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires” en Tribuna Libre. En la década del ’20 se acercó al Grupo de Boedo, donde abrevaban Leónidas Barletta, Nicolás Olivari, Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque, Roberto Mariani y que elaboró una narrativa que incursionó en la crítica social y el compromiso individual y colectivo. Su centro de operaciones era el café “El japonés”. Allí Roberto Arlt acentuó su lectura por Dostoievski y Gorki y desarrolló una faceta emparentada con el realismo.
En 1922 se casó con Carmen Antinucci, con quien tuvo una hija, Mirta. Se trasladaron a Córdoba en busca de mejores condiciones económicas pero la travesía no prosperó. Retornaron a Buenos Aires y Arlt comenzó a trabajar como secretario del escritor Ricardo Güiraldes, a realizar colaboraciones periodísticas y despuntar su perfil de inventor. Trabajó en la publicación nacionalista Patria de la que se alejó rápidamente y luego colaboró con publicaciones de claras inclinaciones izquierdistas como Última Hora y Extrema izquierda.
En enero de 1926 comenzó a trabajar en la revista Don Goyo, cuyo director era Nalé Roxlo y donde colaboraban Eduardo Mallea, Alfonsina Storni y Leopoldo Marechal, entre otros. Fue su laboratorio narrativo. Sus crónicas y relatos irónicos describían situaciones cotidianas de la ciudad, desflecaban personajes prototípicos y mezclaba seres imaginarios con personas muy conocidas.
Ese año publicó la novela El juguete rabioso, una ficción inesperada en la que relataba las fantasías y peripecias del joven Silvio Astier por superar la miseria en que vivía y la humillación que sufría por su condición. La iniciación en la literatura de bandoleros justicieros inducida por un zapatero andaluz, la creación del “Club de los caballeros de la medianoche” para cometer pequeños robos en el barrio y su predestinado final en el que intervino la policía y los medios. La marginalidad, la humillación, la locura, la traición, la conspiración, las invenciones técnicas son elementos que despuntan en la obra.
En 1927 logró ser cronista policial del diario “Crítica” y un año después, redactor de “El Mundo”. El periodismo fue la actividad que le permitió sobrevivir económicamente y dar a conocer sus textos. En este diario comenzó su columna titulada “Aguafuertes porteñas” en las que firmaba sus textos y empezó a transformarse en un fiscal popular de la administración pública y de la política.
Con un estilo mordaz, que lo hizo cada vez más reconocido, denunció el estado deplorable de las calles, la vida en los barrios abandonados, las carencias en los hospitales municipales, develó la corrupción política y el oportunismo de los políticos de turno y desnudó al infame golpe militar de 1930. Esa mezcla de periodista investigador, fotógrafo avezado, polemista de la realidad, dialoguista con sus lectores, interlocutor sarcástico entre el ciudadano/a de a pie y el poder, le dio centralidad.
Luego internacionalizó su columna y relató sus viajes por Argentina, Uruguay, Brasil España y África. Surgieron sus “Aguafuertes españolas”. Apareció el agudo escritor viajero. El sur de España fue retratado con minuciosidad y exageración. Marruecos fue retratado con admiración pero sin romanticismo. El papel de la mujer, la explotación infantil, las condiciones infrahumanas de vida, el sistema de explotación colonial, junto al embrujo de la transmisión oral y la dramatización de los personajes que creaban una atmósfera de misterio envolvente. Sin duda, otra forma de contar.
En 1929 publicó Los siete locos, caleidoscopio de personajes y diálogos delirantes y lúcidos, que ponen en el centro la impotencia del hombre ante la maquinaria social que oprime, la crueldad del capitalismo, la frialdad de la tecnología y la maquinaria industrial, la traición de los principios para escapar de la pobreza y la abulia y la fantasía de enfrentarlo con una sociedad secreta. Rufianes melancólicos, farmacéuticos místicos, buscadores de oro, lugartenientes fantasiosos e inventores fracasados que inscribían coordenadas rocambolescas en el desarrollo de esa lucha desigual.
En 1931 publicó Los lanzallamas, en cuyo prólogo debatió con sus detractores intelectuales por el uso de su sintaxis y de la incorporación de algunas palabras del lunfardo y ensayó una defensa del escritor periodista, falto de tiempo y recursos, y la necesidad de la creación de una literatura propia. Los enfrentó con su famosa frase: “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo…”
Al año siguiente, publicó El amor brujo, una crítica a la moral burguesa de una parte de la sociedad que sostenía al matrimonio y la virginidad como valores fundamentales de sus creencias y que se oponía a la sanción de una ley que permitiera el divorcio. Un tema que creció con los años.
Hacia finales de la década del ’30 expresó su pública preocupación por el ascenso del nazismo y el comienzo de la guerra desde su columna “Tiempos presentes” y, ante el impedimento de ser corresponsal de guerra, creó su columna “Al margen del cable” en la que relató los hechos. Posteriormente, publicó una serie de cuentos titulados El jorobadito, en la que replicó su temática: la idea del mal, la hipocresía, el delito, la locura, su crítica a la moral dominante. E incursionó en el teatro con obras como: Trescientos millones, Piedra de fuego, Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas, La fiesta del hierro, El desierto entra a la ciudad, y en la crítica con su columna “Vida teatral”, en la que descolló con el inusual punto de vista del “hombre de la calle”.
En 1940 se casó en segundas nupcias con Elisabeth Mary Shine, en Pando, Uruguay, con quien tuvo un hijo al que no conoció. Su trabajó la había llevado a Chile y en 1942 un infarto puso fin a su frenesí literario y a sus impulsos de periodista todoterreno.
Salú Roberto Arlt! Por darle una voz a los marginados, los desesperados, los desclasados, los humillados, por develar las sombras de la maquinaria social que devora vidas, por la defensa de tus “errores ortográficos”, por tu postura clara ante los poderosos y los pusilánimes.
Un integrante fantástico de nuestra popular imaginaria.

Ruben Ruiz
Secretario General 


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